jueves, 22 de octubre de 2009

AUTOR : Dr.J. C. MONTENEGRO BUTTI

NOCHES PERRUNAS

La conversación estaba muy animada, claro, lo habían asaltado y eso siempre atrae la atención. Me uní a la reunión y escuché. Le había pasado igual que a mi, con algún que otro matiz,
Pero el cuadro era el mismo. “Es más o menos lo que me paso a mí”-dije – pero quiero aclarar, que inseguridad, lo que se dice inseguridad eran las de antes. Se quedaron mirándome, hasta con asombro. –Se hizo un gran silencio y quedaron expectantes a ver que estaba diciendo. –Porque peor que ahora imposible. –“A mi los perros me muerden, no se porque, pero me muerden”. – Les vi las caras de asombro. ¡Que tendría que ver una cosa con la otra!. Entonces, me puse a recordar. –Casi con nostalgia, volví a ver las calles nocturnas de Ituzaingó, - Oscuras, sin columnas de alumbrado, un farol con su luz mortecina balanceándose en las esquinas y nada mas. Heladas en invierno y desiertas, con alguna que otra persona apurada por llegar a su destino. Eso, en las tempranas horas de la noche, porque después, nadie, pero nadie, desaparecían todos, Era una soledad silenciosa solo quebrada por algún gato trasnochado o algún perro vagabundo. Ahí comenzaba mi inseguridad.- Claro debo agregar que eran los años jóvenes donde no se siente el frío, ni la inseguridad, ni nada, cuando se trata de visitar a la novia. De ida no era nada, El asunto ¡Era volver!. No era mucha la distancia; nueve cuadras, que podían hacerse más cortas con un perro trotando detrás. Si lo hacía a pie siempre había oculto en los jardines, entre rosas y malvones, algún perro taimado, que se abalanzaba entre ladridos y dentelladas haciéndome apartar del lugar con el corazón en la boca. Decidí entonces aplicar una estrategia maestra. ¡Irme en bicicleta! Pero me fracasó, porque nunca terminaba el viaje, sin un perro corriéndome a mordisco limpio contra los pedales y las piernas. Así terminaba, a las patadas y hasta con la manga del pantalón desgarrada. Opté entonces por volver a recorrer el camino a pie. Mas una noche la suerte me abandonó. Por esas cosas inexplicables, un mal presagio quizás, había llevado un palo que me salvó de terminar masticado. El muy traidor, trotando detrás, se me vino encima, a morderme las piernas. Di mi mejor salto en giro y lo sorprendí, pero era perro ladino, se agachó y esquivó el palazo que le largué y quedamos frente a frente. –Era un duelo de titanes-, y comenzó mi retirada. Palazo que va dentellada que viene. Miraba por doquier buscando ayuda, pero no había, ni se asomaba nadie. Así entre cortas carreras y palazos, entre mordiscos y dentelladas, con el sordo gruñido del perro enfurecido, logré llegar a mi casa, entré al jardín de un salto y quedó la puerta cancel entre ambos. Le adiviné la mirada de saltar la cerca, que no tendría mas de un metro, pero desistió. En menos que canta un gallo, yo ya estaba adentro y mirando por el ventanuco de la puerta lo vi alejarse trotando, ladrando a intervalos, y masticando ira.
Mi querido amigo –dije- me solidarizo con usted, y lo acompaño en el miedo pánico que ha de haber sentido, pero le repito, inseguridades, inseguridades eran las de antes. Que le pegaron, lo robaron, lo molieron a patadas, y de suerte, salió con vida, es solo una sensación que a usted, le dicen que tiene.

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