martes, 2 de junio de 2009

NUEVAS PRODUCCIONES DE PADUA

REJAS

AUTOR: Dr. Juan Carlos Montenegro Butti

Al abrir la puerta del garaje, una explosión de luz, se precipitó en torrente arrasando toda la penumbra reinante. Animé un paso más y un estallido de color se desparramó por todas partes. El sol otoñal se adueñó de todo con ese fino, suave, acariciador aroma de la tarde, que agitaba la caprichosa brisa de un otoño incipiente. Entonces, de repente recordé: ¡No es tan bueno recordar!. Trae reminiscencias de otros tiempos. Volví a ver aquellas tardes de los verdes años, apacibles, despreocupadas, sin temores, sin miedo, sin perros bravos detrás de las rejas. Fue un lampo, un momento nada más, todo se había ido con el viento del tiempo, tan sigiloso, tan callado, tan penoso para nuestro presente, miré las rejas recién compradas y pensé, al fin de cuentas no habían quedado tan mal, negras por supuesto, negras, altas y afiladas intimidantes para cualquier osadía. Brotaban como brazos heridos apuntando hacia el cielo desde el verdor amarillento del césped y el rojizo amarronado de las hojas que planeaban en caída libre desde lo alto de los árboles. Me atrapó la angustia de un siniestro presente, entonces llamé a mi esposa, subió al auto, nos miramos, miramos las rejas y nos parecieron terribles. Volvimos ya avanzado el atardecer. La bucólica de la calle, de los árboles otoñales, de los jardines, se esfumaba entre las sombras de la noche con sus mil y una acechanzas. Los sicarios del miedo comenzaban su ronda de temor. La antes encantadora calle, pletórica de brisas, de luz y de colores, que evocaban tiempos más propicios, eran ahora un desfiladero desierto y tenebroso que las luces de alumbrado, con luz intensa no podían quebrar la impresión de estar caminando por un corredor de celdas, flanqueadas de rejas, con prisioneros bien guardados.
Llegamos a nuestra casa y teníamos que entrar a nuestra elegante prisión, no era tan fácil, faltaba lo peor, entrar el auto y nosotros sin fenecer en la empresa. Comenzó entonces la danza de los apuros, sin flores, sin gasas, y sin velos. La angustia me apretó la garganta. “Vos abrí las puertas mientras yo manejo el auto”. Bajé rapidísimo y caminé mirando por sobre el hombro por si alguien me seguía. Como me temblaba el pulso, no embocaba la llave para abrir. Por fin lo logré, y puse en práctica mi plan estratégico. Abrí la puerta del garaje y prendí la luz interior – era la señal para que mi esposa se preparara a entrar-. Corrí como deschavetado, abrí la reja, ella entró como una exalación, cerré la reja y me zambullí dentro cerrando el garaje con doble llave. Me apoye contra la puerta de espaldas y casi sin aliento grité; “Largá al perro”. El inmenso manto negro cruzó el jardín como una saeta y se puso a ladrar ¡ Sabe Dios a quién!. Abandoné la puerta agitado y miré expectante hacia afuera, yo, ya era también, un preso tras las rejas.

25-5-2009

1 comentario:

  1. Dr. Montenegro Butti, me encantó escucharlo en octubre hablando sobre la historia de la guerra de la Triple Alianza en la conmemoración de la fundación de Ituzaingó. Felicitaciones y ojalá se repita.
    Muy bueno su relato!!!
    Susana

    ResponderEliminar